sábado, 11 de agosto de 2012

Tener 16 otra vez.

Hoy llueve en la Ciudad de La Plata, podríamos decir que la lluvia es la “maravilla” de esta zona y últimamente vivimos “maravillados”. Pero contrariamente a lo que nos indica en su mayoría, la literatura,  la lluvia no me deprime ni me invita a quedarme de más en la cama.
Hoy escribo porque desde hace varios días tengo una idea que late en la parte frontal de mi cerebro. Y si no la elaboro y la manifiesto en papel, va a estallar. Pueden entender lo molesto que será tener un agujero en la frente….
¡Empecemos! El detonante fue el siguiente. La hija mayor de una familia amiga que tiene 16 años se “enamoró” de un chico de su misma edad y como yo soy apenas un poco mayor que ella, su madre me pidió que la contextualizara. Es decir, que la ayudara a entender cómo proceder ante la situación.
Imaginaran mi sorpresa. “¡NO TENGO IDEA!” fue mi primera respuesta. Entonces, empecé a pesar y me retrotraje un par de añitos (diez), hasta mis 16. ¿Qué me preocupaba a esa edad? ¿Cuáles eran mis sueños? ¿Qué planeaba?
Bueno, me gustaba escribir, leer, andar en bicicleta… Y charlar con mis amigas. Estaban empezando a asomar dudas vocacionales, pero me gustaba un chico. Yo era bastante normal, contra lo que se diría en la actualidad.
¿Y a ella? Como no es el objeto de esto dar a conocer la identidad de nadie, la chica católica en cuestión se llamará,  digamos ….. Sofia.
Bueno, Sofia, es dulce, centrada, con un enorme sentido del humor, servicial, más o menos estudiosa, no le gusta el deporte ni leer demasiado pero le encantan los niños, jugar con ellos y cuidarlos. Si tuviéramos que dividirla en porcentajes diríamos que es 60 % señorita y 40% niña.
Le pregunte a la madre de Sofia, que era lo que le preocupaba. Pues Sofia le había hecho la confidencia de su “amorcito”, entonces el dialogo entre ellas era bueno. Además, nuestra protagonista no había dejado su vida de oración, ni de asistir a Misa, ni siquiera sus actividades parroquiales y su desempeño en el colegio era el mismo.
Me contó que Sofia estaba triste, porque el chico en cuestión la consideraba una amiga. “Bueno, pensé, el amor comienza con una amistad. Ambos son muy chicos todavía para complicarse con un noviazgo, mejor ser amigos.”  
Pero mientras iba ahondando en relato se dejo ver el verdadero motivo.
Resulta que Pedro (supongamos que el chico se llama así) habla mucho con Sofia de sus interioridades, proyectos, miedos, familia, etc. Es decir, le abre su corazón, por lo tanto confía en ella. Ambos asisten al mismo colegio y a la misma Parroquia, comparten muchas cosas importantes juntos. PERO, Pedro está pendiente de ella siempre que no aparezca en medio otra chica y no cualquiera. Una puntualmente.  En este punto del relato, pensé, “¡Listo! A Pedro le gusta otra chica,  Sofia lo tiene que aceptar. Y fin de la cuestión”
Bueno, no es tan simple. Al parecer hay muchos factores más. Sofia ha sido educada en la modestia y como consecuencia de ello, su actuar y su vestir están ordenados a agradar a Dios. Es elegante, sin ser vanidosa y es moderna sin ser vulgar. Ella es como debe ser una “hija de Dios”, su belleza remite siempre al Cielo, es una belleza que eleva el alma. Y eso, por lo que podemos deducir a Pedro le gusta y mucho, por eso cultiva el trato con ella.
Ahora bien, a Pedro “se le van los ojos” por otra chica. Una compañera del colegio, que sin mediar culpa de su parte (pues nadie se lo ha dicho nunca) no encarna la modestia en el vestir. Pedro, según lo que cuenta Sofia, en cuanto aparece se dispersa completamente. Y esto es lógico el pecado original hace que el hombre se “desordene” en sus sentidos principalmente en la vista y por allí caiga en la concupiscencia de la carne. Mientras que en la mujer el desorden implica el querer “controlar” a los demás, cayendo en la concupiscencia de la vida, es decir, la soberbia.

Después que esta noble mujer católica me expusiera sus miedos y dudas, aun no sabía que decirle, pero fue en ese momento en el que tuve un  “flashback”, seguido de una inspiración.
Yo tenía 15 años (era la típica chica católica) y había ingresado a un nuevo colegio, allí conocí a un chico que cursaba en la otra división, con el cual comencé a hablar a menudo y obviamente me empezó a interesar, pero ese interés mío nunca pasó más allá de un mero compañerismo. ¿Cuál fue la causa? El estaba “embobado” por una de mis compañeras que vestía a la moda, salía a  boliches, tenía trato inapropiado con varones, etc. Esa chica, era buenísima e inteligente, pero nadie le había dicho que su comportamiento causaba escándalo frente al sexo opuesto, ni que lo que ella creía que era aceptación no era más que concupiscencia y desorden.
Yo en medio de mi adolescencia no podía hacer el análisis que ahora hago de esa situación, pero si pude comentárselo a mi madre. Ella me indico que yo no debía dejar mis convicciones, que lo que era “bueno” lo era, a pesar de las dificultades. Y que el que te ama debe hacerlo por “lo que sos” y no por “como te ves”.  La verdad, esa respuesta en ese momento no me gusto demasiado, pero pude comprender la necesidad de confiar en Dios y aceptar lo que era a la luz de la lógica lo más conveniente.
Entonces pensé ¿Y quién soy? ¿Quién es Sofia? O ¿Quién sos vos?  Es decir, ¿quiénes somos para abstraernos del común de la gente? ¿Para creernos con derecho a ser diferentes?
Somos hijas de Dios, mujeres fuertes y dulces que en todo queremos servir a Ntro. Señor, que no nos dejamos llevar por la moda de la inmodestia, ni por los chantajes del “entorno” que lo único que desea es que la luz de Cristo se diluya.

Redondeando, le dije a la mama de Sofia lo siguiente:
Que Sofia no crea que debe cambiar su manera de vestir para lograr aceptación y que esto le sirva para reafirmar su Fe en Dios, que El sabrá darle un justo varón como novio y luego esposo, cuando a ella más le convenga para alcanzar su fin e ir al Cielo. Que siga por el mismo camino, que con la asistencia de María Santísima, tiene guía segura.

¡Nos vemos!

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