miércoles, 8 de mayo de 2013

Ntra Señora de Lujan, ruega por nosotros.



(...)
Os quedasteis, Señora (sea bendito,
momento tan feliz para esta tierra):
Os quedasteis aquí para ser Madre
Amorosa, benigna, dulce y tierna.

La devoción robada nuestra dicha,
pero vos en piedades siempre inmensa,
santificar quisiste nuestro suelo
en él fijando santa residencia.
(...)

Felipe Maqueda


miércoles, 1 de mayo de 2013

Modestia, en palabras de Santo Tomás de Aquino


Cuestión 169, Suma Teológica, Parte II-IIae.
(...)Sobre el ornato de las mujeres hay que decir lo mismo que dijimos antes , en general, sobre el ornato externo y, además, algo especial, es decir, que el ornato de la mujer provoca en los hombres la lascivia, según lo que se dice en Prov 7,10: Y he aquí que le sale al encuentro una mujer con atavio de ramera para seducir a las almas. Sin embargo, la mujer puede preocuparse, lícitamente, de agradar a su marido, para evitar que, despreciándola, caiga en adulterio. Por eso leemos en 1 Cor 7,34: La mujer casada piensa en las cosas del mundo, en agradar a su marido. Por eso, si la mujer casada se adorna para agradar a su esposo, puede hacerlo sin pecado. Y si se adorna con la intención de provocarlo a la concupiscencia, peca mortalmente. Pero si lo hace por ligereza, por vanidad o por jactancia, no siempre será mortal el pecado, sino a veces venial. Lo mismo puede decirse de los hombres. A propósito de esto dice San Agustín, en la Epistola ad Possidium: No quisiera que te precipitaras en emitir un juicio de condenación sobre el uso de adornos de oro y vestidos, a no ser contra aquellos que, no estando casados ni deseando hacerlo, tienen obligación de pensar en agradar a Dios. Los demás tienen pensamiento de mundo: los maridos tratan de agradar a sus esposas, y las esposas a sus maridos. Pero ni siquiera a las casadas se les permite descubrir sus cabellos, según la doctrina de San Pablo.

En todo esto algunas podrían quedar exentas de pecado si no lo hacen por vanidad, sino por una costumbre contraria, aunque tal costumbre no es recomendable.
A las objeciones:
1. Como dice la Glosa al mismo pasaje, las mujeres de quienes estaban en tribulación los despreciaban, y, deseando agradar a otros, se adornaban. Esto es lo que condena el Apóstol.También San Cipriano habla de esto mismo. Pero no prohibe a las casadas adornarse para agradar a sus maridos, para no darles ocasión de pecar con otras. Por eso dice el Apóstol en 1 Tim 2,9: Las mujeres vistan con decencia y adórnense con sobriedad, pero no entrecruzando sus cabellos ni ataviándose con oro, margaritas y vestidos preciosos, dando a entender que no se prohibe a las mujeres un ornato moderado, sino el excesivo, desvergonzado e impúdico.
2. Los afeites de que habla San Cipriano suponen una especie de ficción, que no puede darse sin pecado. Por eso dice San Agustín en su Epistola ad Possidium: En cuanto a los afeites que utilizan las mujeres para dar mayor blancura o color a su rostro, es una falsificación y engaño. Sus maridos, creo yo, no desean ser engañados de ese modo, y son ellos el motivo por el que se puede permitir, no mandar, ese adorno. Tales afeites, sin embargo, no siempre son pecado mortal, sino sólo cuando se hace por lascivia o por desprecio hacia Dios, que son los casos de que habla San Cipriano.

Conviene tener en cuenta, no obstante, que no es lo mismo fingir una belleza que no se posee que ocultar un defecto que procede de otra causa, como puede ser una enfermedad o algo semejante. Esto segundo es lícito porque, según dice el Apóstol en 1 Cor 12,13, a los que parecen más viles los rodeamos de mayor honor, y a los que tenemos por indecentes los tratamos con mayor decencia.
3. Como ya hicimos notar antes, el ornato externo debe corresponder a la condición de la persona según la costumbre común. Por eso es, de suyo, vicioso el que la mujer use ropa de varón y viceversa, principalmente porque esto puede ser causa de lascivia. De un modo especial está prohibido por la ley, porque los gentiles usaban este cambio para la superstición idolátrica. Sin embargo, puede hacerse alguna vez sin pecado debido a la necesidad: para ocultarse a los enemigos, por falta de ropa o por una circunstancia parecida. (...)