jueves, 9 de agosto de 2012

¡Se va la segunda!

Aquí va la segunda, de las cuatro cartas que componen estos consejos dados por una religiosa a las madres. Espero que sean de gran provecho para todas ustedes.
¡Nos estamos viendo!


  "CARTA A LAS MAMÁS SOBRE LA EDUCACIÓN

(2ª)
(Noviembre 2005)

Estimada señora,

Hoy querría continuar conversando con usted sobre las virtudes de la mamá educadora. Le decía cuanto está el amor verdadero por el hijo en la base de la educación. A este amor, se lo llama “caridad” porque está calcado sobre el de Dios por nosotros, de nuestro Padre de los cielos, que es Amor. El gran Papa Pio XII decía: “La educación es ante todo una obra de amor”. Es, para todo hombre, ante todo, la obra de la madre y esta es todo amor. Es, para el cristiano que reflexiona, la obra de María, la Madre por excelencia. ¿Y qué madre es tanto amor como María?

Además el amor es una condición esencial para tener éxito en este arte de las artes que es la educación.
El hijo que se sabe amado siente instintivamente que si se lo quiere conducir es para ir allí donde el debe ir. Se lo contraría en algunas de sus inclinaciones, se lo hace sufrir, pero siente que el sufrimiento es bueno porque viene de alguien que lo ama y que, ciertamente, quiere su bien. “Busca hacerte amar”, decía San Juan Bosco a uno de sus colaboradores, “y entonces te harás obedecer sin dificultad”. Ese fue el secreto de su éxito con una multitud de niños. ¿Porqué no imitar a ese gran santo?
La mamá debe esmerarse en ver a sus hijos con los ojos de María. ¡Qué proximidad entre la mamá cristiana y la Virgen María supone esto…!
Ahora bien, ¿que es lo que María ve en ellos? Niños con bastantes defectos, sin duda, puede ser que con muy grandes defectos. Pero más allá de esos defectos Ella ve en ellos la Sangre de Jesús, la Vida misma de Jesús, otros Jesús que ella desea hacer tan parecidos a su Primer Nacido como sea posible. Por lo tanto Ella ve a sus propios hijos, que Ella dio a luz sacrificando a su Hijo por ellos; hijos que Ella desea salvar a toda costa, con un deseo inmensamente más intenso que el de Santa Mónica para la conversión de su Agustín. Pero Ella necesita la ayuda de las mamás para hacerles vivir la Vida de Cristo.
A vuestro hijo deben amarlo con el Corazón de María. No de la manera con que, en general, muchas personas aman a sus hijos o a sus familiares: a causa de lo bueno que encuentran o se imaginan encontrar en ellos, sino como Jesús y María nos aman. Ellos nos aman, no sólo a causa de lo bueno que ven en nosotros, sino más aún en vista de lo bueno que quieren poner en nosotros; no tanto por lo que somos sino por lo que quieren hacer de nosotros. Y lo que quieren hacer de nosotros lo sabemos: otros Jesús. De modo que usted debe amar a sus hijos por la imagen de Jesús que ve brillar en ellos, por las virtudes cristianas que tratará de cultivar en su pequeñas almas. Si comprende esto, entonces que hermosa es su tarea de mamá educadora y cuanto estimará esta vocación a la que Dios la ha llamado

La meditación frecuente del amor de María por los hombres, los pecadores en particular, los débiles, los pequeños, los pobres, (¿es que los niños no están entre ellos?), y la vida de unión con Ella, que hace pasar a nuestro corazón las disposiciones del Suyo, nos permiten ver al niño como Ella lo ve y como Ella lo ama. Visto de esta manera, qué diferente será nuestra actitud.

Cada niño es diferente y usted posee ese don especial para comprender a su hijo, para adivinar sus pensamientos, sus sentimientos, sus necesidades, sus aspiraciones. Es el amor maternal que Dios a depositado en su corazón, que le hace adivinar esas cosas, pues el amor une a dos almas en una sola.
El amor del hijo provoca también por parte de él una entera confianza.

El pequeño ser sabe que su mamá no desea más que darle gusto, aliviarlo en sus sufrimientos, ayudarlo en sus dificultades, hacerlo feliz al precio de no importa qué sacrificio; ¿no es completamente natural que se abra instintivamente a ella? ¡Pero atención! ¡Cuantas mamás se equivocan sobre esa relación y para responder a esa confianza del hijo, lo engaña! ¿Cómo? Cediendo a sus caprichos, no le enseña la obediencia.

Algunos ejemplos concretos ilustraran mi propósito.

1º - El niño sabe que su mamá desea darle gusto, porque se siente amado por ella, cosa que es normal. Conozco niños que han tomado la enojosa costumbre de pedir varias veces una cosa u otra (un permiso o un objeto). Después de un “no” claramente expresado vuelven a la carga, pero de otro modo. ¡Si no se presta atención, lograrán sacarnos un “si”! Es `preciso que la mamá enseñe a su hijo, desde su más tierna edad, que un “no” es un “no”. Con eso le enseñará a obedecer con prontitud.
Porque, no olvidemos que no obedecer inmediatamente es “no obedecer para nada”. El catecismo enseña como debe obedecer el niño: “debe obedecer como a Dios mismo, es decir rápidamente, exactamente, sin murmurar y aún con alegría” ¡Cuantos errores sobre ese punto! ¡Y qué lejos estamos de exigir eso a nuestros hijos!
¿Es por ignorancia de nuestro catecismo o por debilidad? Muchas mamás ceden al cabo de tres o cuatro pedidos reiterados. El niño habrá captado rápido la “debilidad” del corazón de su mamá. Porque, usted lo sabe ciertamente, el niño la sondea para copiar su conducta de acuerdo a la de usted. ¡Qué lección! Si usted lo ama y quiere su bien real, sepa a veces rechazarle un placer para su más gran bien.
Es allí que hay que explicarle el espíritu de sacrificio.
El niño tiene muy a menudo un corazón “naturalmente” generoso. Con frecuencia es el adulto quien, por “falsa ternura”, otorgándole demasiado fácilmente sus caprichos “para tener la paz” (¡y finalmente por falta de paciencia!), destruye progresivamente lo que Dios puso en su corazón y que no pedía más que germinar y ser cultivado.

2º - El niño que aprende demasiado tardíamente el espíritu de limpieza, el orden, a hacer su cama, etc…, inconscientemente toma el gusto de hacerse servir. Alguna mamás me hicieron la objeción siguiente: “No hace bien su cama, o es muy lento, lo hace al revés…” Tenga paciencia…; acepte sus fallos; enséñele dulcemente, corrija y después exija progresivamente que obedezca exactamente. Sepa tomar tiempo para hacerlo y tenga en cuenta la edad del niño. Cuanto más amor ponga en la corrección, tanto más obtendrá de él una obediencia rápida. Ponga dulzura (que no es debilidad, sino fuerza del alma) juntamente con firmeza y más obtendrá entonces esta adhesión del niño.
He notado cuanto quiere el niño al adulto que actúa con firmeza y cuanto “desprecia la debilidad” de los padres de los que obtiene demasiado fácilmente lo que quiere.
En esta “suave firmeza” (expresión favorita de San Francisco de Sales), el niño ve vuestro amor verdadero de madre que quiere evitarle tropiezos, de fallar, de equivocarse. Y cuando ve que, gracias a su mamá, a hecho una buena acción o evitado una mala, le está agradecido.
De este error en la educación viene, en gran parte, la falta de respeto del niño por sus padres y por sus maestros, tan frecuente hoy en día.
¿Cómo la mamá no debería esforzarse de tratar con afecto, dulzura, paciencia y devoción al niño que la Santa Virgen le ha confiado y por el que recibió todas las aptitudes para conducirlo por el camino recto?
Querida señora, pida a María cada mañana la gracia de formar a su niño según el modo de ver de Ella.
¿No es natural que Ella le obtenga el don de comprenderlo, de modo de realizar sus intenciones maternales sobre él?

Una religiosa"

(continuará)

No hay comentarios:

Publicar un comentario