domingo, 25 de noviembre de 2012

Razonar para creer, según su Santidad Benedicto XVI.


Lo razonable de la fe en Dios

Santo Tomás de Aquino 02 (12)
Hoy, en esta catequesis, quisiera detenerme sobre lo razonable de la fe en Dios. La tradición católica ha rechazado desde el principio el denominado fideísmo, que es la voluntad de creer en contra de la razón. Credo quia absurdum (creo porque es absurdo) no es la fórmula que interpreta la fe católica. De hecho, Dios no es absurdo, en todo caso es misterio. El misterio, a su vez, no es irracional, sino sobreabundancia de sentido, de significado y de verdad. Si contemplando el misterio, la razón ve oscuro, no es porque en el misterio no haya luz, sino más bien porque hay demasiada luz. Al igual que cuando los ojos del hombre se dirigen a mirar directamente al sol y sólo ven tinieblas ¿quién podría decir que el sol no es brillante? Aún más, es la fuente de la luz. La fe le permite ver el “sol” de Dios, porque es acogida de su revelación en la historia y, por así decirlo, recibe verdaderamente toda la luminosidad del misterio de Dios, reconociendo el gran milagro: Dios se ha acercado al hombre y se ha ofrecido a su conocimiento, condescendiendo al límite creatural de la razón humana (cf. CONC. VA. II, Constitución Dogmática. Dei Verbum, 13).
Al mismo tiempo, Dios, con su gracia, ilumina la razón, le abre nuevos horizontes, inconmensurables e infinitos. Por este motivo, la fe es un fuerte incentivo para buscar siempre, sin parar nunca y sin desfallecer, el descubrimiento de la verdad y la realidad inagotable. Es falso el prejuicio de algunos pensadores modernos, que aseveran que la razón humana quedaría como bloqueada por los dogmas de la fe. En realidad, es todo lo contrario, como han demostrado los grandes maestros de la tradición católica. San Agustín, antes de su conversión, busca con tanta inquietud la verdad, a través de todas las filosofías disponibles y las encuentra todas insatisfactorias. Su fatigosa búsqueda racional es para él una pedagogía significativa para el encuentro con la Verdad de Cristo. Cuando dice, “comprende para creer y cree para comprender” (Discurso 43, 9: PL 38, 258), es como si estuviera contando su propia experiencia de vida. Ante la revelación divina, el intelecto y la fe no son extraños o antagonistas, sino que ambas son condiciones para comprender su sentido, para recibir su mensaje auténtico, acercándose al umbral del misterio. San Agustín, junto con muchos otros autores cristianos, es testigo de una fe que se ejerce con la razón, que piensa e invita a pensar. Sobre esta huella, san Anselmo en su Proslogion dice que la fe católica es fides quaerens intellectum (la fe busca el entender), donde la búsqueda de la inteligencia es un acto interior al creer. Será especialmente Santo Tomás de Aquino –afianzado en esta sólida tradición de lo razonable de la fe– el que se confronta con la razón de los filósofos, mostrando cuánta vitalidad racional nueva y fecunda enriquece el pensamiento humano cuando se insertan los principios y las verdades de la fe cristiana. 
La fe católica es, pues, razonable y nutre también confianza en la razón humana. El Concilio Vaticano I en la Constitución dogmática Dei Filius, afirma que la razón es capaz de conocer con certeza la existencia de Dios por medio del camino de la creación, mientras que sólo pertenece a la fe la posibilidad de conocer «fácilmente, con absoluta certeza y sin error» (DS 3005) la verdad acerca de Dios, a la luz de la gracia. El conocimiento de la fe, además, no va en contra de la recta razón. El beato Papa Juan Pablo II, de hecho, en la encíclica Fides et ratio, sintetiza así: «La razón humana no queda anulada ni se envilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe; éstos en todo caso se alcanzan mediante libre y consciente elección» (n. 43). En el irresistible deseo por la verdad, sólo una relación armoniosa entre la fe y la razón es el camino que conduce a Dios y a la plenitud de sí mismo.

Fuente: S.S. Benedicto XVI, Audiencia de 21 de noviembre de 2012
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