La sencillez
mar 20 de noviembre, 00:06 Filed in: Espiritualidad
Posted by: Laudem Gloriae |
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La
sencillez es una virtud muy afín a la sinceridad. Excluye toda suerte
de doblez y complicación derivada del egoísmo, del amor propio o del
apego a sí mismo y a las criaturas y, por tanto, impulsa al alma en una
sola dirección, Dios: vivir para Él, para agradarle, para darle gloria.
Toda la vida espiritual consiste en esta progresiva simplificación, la
cual avanza paralela a la purificación interior; cuando un alma está
perfectamente purificada de toda pasión y de todo asimiento, entonces
está reducida a la sencillez perfecta, la sencillez que hace vivir
únicamente para Dios. Para llegar a esta meta tenemos que dejarnos guiar
en toda nuestra vida por una sola luz, apoyarnos en una sola fuerza,
tender a un único fin: Dios.
El
alma que quiere conseguir la santa simplicidad, no acepta otra luz
fuera de la que viene de Dios, que es Dios mismo; por eso desecha todas
las miras del amor propio y del egoísmo, rechaza los reflejos
deslumbradores, pero falsos, de las pasiones y de las máximas del mundo,
reconociendo que todo es oscuridad y engaño, menos la luz de la verdad,
la cual sólo puede venirnos de Dios, de su ley, del Evangelio. Juzga
todas las cosas a la luz de la fe, viendo en toda circunstancia, en todo
acaecimiento, aun en los más penosos, la mano de Dios y valiéndose de
todo para ir a Él, sin perder tiempo en razonar sobre la conducta de las
criaturas, cosa que complica la vida y crea obstáculos al ejercicio de
la virtud. Nada la detiene en su rápido progreso, porque encuentra en
Dios, no solamente la luz para discernir el camino recto, sino la fuerza
para avanzar en él. En todo instante y a cada paso el alma sencilla se
apoya en Dios, buscando en Él su único sostén y su única fuerza. Esto no
quita que se valga también de personas avisadas y prudentes, pero lo
hace con desasimiento, sin turbarse ni agitarse cuando el Señor permite
que estas cosas vengan a faltar. De todos modos, en cualquier
circunstancia su primer apoyo lo busca siempre en Dios, con plena
confianza, convencida de que solamente en Él hallará la fuerza necesaria
para sostener su debilidad, y de que esta fuerza nunca le será negada.
Haga
lo que haga el alma sencilla mira a un único fin: Dios; y tiene una
sola intención: servir a Dios, agradarle, darle gusto. Por eso tiene
sumo cuidado de que en su conducta no se infiltren segundas intenciones,
como son, por ejemplo, quedar bien, ganarse la estima de los otros,
satisfacer un tanto la propia curiosidad o pereza, la honra propia o el
propio egoísmo. Estas segundas intenciones son semejantes a las pequeñas
raposas de que habla el ‘Cantar de los cantares’, las cuales penetran a
hurtadillas en la viña florecida del alma, devastando las flores y los
frutos de las obras buenas. ¡Cuántas acciones buenas, comenzadas por
amor de Dios, pierden la mitad de su valor al menos, porque a medio
camino se contaminan con alguna segunda intención no suficientemente
reprimida o rectificada! ¡Y cuántas otras, de buenas se transforman en
malas por falta de rectitud de intención! El alma sencilla ha declarado
guerra a todo esto y repite con S. Francisco de Sales: ‘Dios mío, si
supiese que una sola fibra de mi corazón no palpita por Vos, al punto la
arrancaría y arrojaría lejos de mí’.
La
perfecta pureza de intención hace que todas sus palabras y acciones
sean sencillas, reflejando sin sombras sus pensamientos y sus
intenciones. Su lenguaje es sencillo: ‘Sí, sí; no, no’ (Mt 5, 37); su
conducta es sencilla: hace lo que debe, sin esconderse ni disimular.
Nada teme, porque sólo a Dios y su aprobación busca; por tanto obra con
la santa libertad de los hijos de Dios, sin respetos humanos, sin
preocuparse del juicio y del favor de las criaturas: ‘quien me debe
juzgar es el Señor’–dice San Pablo (I Cor 4, 4)–, y sigue su camino con
los ojos puestos en solo Dios. Así, libre de embarazos y preocupaciones
inútiles, el alma sencilla va a Dios derecha y veloz como un dardo. La
única luz, la única fuerza, el único fin de su vida es Dios y,
justamente por eso, toda su conducta adquiere una luminosidad, un vigor,
una unidad encantadora, pálido reflejo de las perfecciones divinas.
Fuente: P. Gabriel de S. M. Magdalena, o.c.d, Intimidad Divina.
Artículo publicado en
el Blog de Arcadei - www.arcadei.org/blog |
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