Un lector del blog muy amablemente, me ha hecho llegar la crónica de su paso por misiones apostólicas en Cusco. Su testimonio valioso, sin duda, nos representa la vida de una monja y su trabajo para el Reinado de Cristo durante años en aquella zona.
Cuando lo leí se me represento aquella vida sacrificada, como una cuaresma, plagada de sacrificios y tentaciones, pero llevada a buen puerto por amor a Dios. Esta es, entonces, la Cuaresma de la Hermana Francisca.
Déjo lugar al testimonio de Miguel V. F. agradeciéndole profundamente por hacernos parte de su experiencia.
Cuando lo leí se me represento aquella vida sacrificada, como una cuaresma, plagada de sacrificios y tentaciones, pero llevada a buen puerto por amor a Dios. Esta es, entonces, la Cuaresma de la Hermana Francisca.
Déjo lugar al testimonio de Miguel V. F. agradeciéndole profundamente por hacernos parte de su experiencia.
Las
misiones que conocí.
"“Que María, la Virgen Dolorosa, que estuvo
(solamente estuvo) junto a la cruz, te llene de su luz para estar dónde y cómo
Dios te pida”.
Esta es una exhortación de la Hna. Francisca
Montes, mujer consagrada a las misiones en el Cusco, Perú, allá por el año de
1970. Ella era Francisca en ese entonces, joven, 22 años. Tenía un ideal metido
en su cabeza: ser luz.
Española de nacimiento, vive inmersa en las
cosas más bien superficiales de la vida en una joven de familia católica, sin
dejar por nada la piedad y la modestia. Se divierte, ríe, comparte, tiene
interés por los chicos. Es más, ella misma atrae por su forma de ser, pero…
Para una persona que siente un llamado de Dios
más intenso eso no es suficiente. Se inquieta… Le falta algo… o Alguien. Un
día, caminando, ve un afiche que llama su atención: ejercicios espirituales
según el método de san Ignacio de Loyola, en régimen de retiro y silencio,
dictados por un sacerdote jesuita. Se entusiasma y rápidamente se inscribe.
Digamos que
el golpe fue letal.
Ella ve a
un santo sacerdote, hablando de la cruz de Cristo y del hermano que sufre
mientras el mundo se hunde en el desprecio y la opulencia. A él -dirá después-
le pareció encontrarse con una pequeña santa Teresa…
Y es así:
ella compromete su vida a las misiones fundadas por este sacerdote de Dios a
más de tres mil metros de altura en el Cusco.
Tierra de campesinos marginados a la más
extrema pobreza, a morir de hambre o de frío en las altas sierras de Los Andes.
Viven de habas y papa, niños con sus abdómenes hinchados por las bacterias, con
los moquitos encostrados. Llagas de lepra que desgarran sus miembros, que
deforman sus cuerpos… ¡¡Quién quiere ver eso!! Ciertamente no Francisca.
El dolor le traspasa el alma y no puede
resistirlo. Su sensibilidad le atormenta y la llena de nervios y dudas… Pero
confía, se dejará guiar. El Padre la sostendrá... Y la oración ante el Señor.
Y el grano de trigo murió y dio el ciento por
uno.
Hoy, más de 300 mujeres siguen el ejemplo de
esta notable Esposa de Cristo. Viven dónde y cómo Dios les pide: junto a la
cruz, en oración y obediencia. Atienden colegios y hospitales por todo el
distrito de la capital imperial. Dan alimento a cientos de niños y ancianos
todos los días. Reparten juguetes, sonrisas, dan esperanza… ¡¡y a Dios!!
Sacerdotes y matrimonios misioneros ayudan
cada uno en lo suyo para hacer de la misión algo integral. Se da el pan
material y el espiritual. Se predica con la palabra y el ejemplo. Se vive en
comunidades separadas y cada cierto tiempo se juntan todos en sana convivencia.
¡No se cobra ni cobran! La Providencia los sustenta a todos.
Qué decir de los niños y niñas que crecen en
este ambiente… Ellos revestidos solemnemente hacen sus misas pontificales en el
patio. Ellas con hábitos blancos la siguen muy concentradas y con las manos
juntas. Sin telebasura, sin modas ni chismes… Cada uno en su casa con su
familia y bajo la mirada de Dios…
Las misiones son un buen lugar. Hoy más que
nunca se necesitan lugares donde el mundo y sus consignas queden fuera. Hoy,
cuando se desgarra a la Iglesia con luchas atroces… Donde ya no se sabe quién
tiene los hilos de la fe…
En las misiones que yo conocí vi a Dios en el
pobre, lo gusté en la oración y lo creí presente en el Sacramento del Altar.
Que el Señor bendiga y la Virgen proteja a
estos misioneros. Muchos de ellos sufren, como Francisca, el temor y la duda.
En un mundo como el que toca vivir, el misionero es un héroe del desprecio de
sí en favor del otro.
La Hna. Francisca murió de cáncer a los 51
años abrazada a un crucifijo y confortada por los santos Sacramentos.
“El salir de sí, dejar el propio egoísmo, es
nuestra labor diaria. El Señor hará que algún día podamos hacer algo en este
sentido”. (Hna. Francisca Montes)."
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